Apocalipsis según Federico García Lorca
Frente a lo que pudiera deducirse en una aproximación al análisis de Poeta en Nueva York, el eje esencial de la obra no es del todo en sí la urbe norteamericana, sino más bien la introspección del yo poético lorquiano. Un protagonista evidenciado a través de unos enigmáticos dibujos que suponen una contribución paralela e imprescindible para intentar comprender la compleja obra literaria escrita en la ciudad de los rascacielos. García Lorca mostrará con las ilustraciones creadas en Nueva York una visión apocalíptica de la metrópoli, resultando reveladoras de la intrínseca angustia que le produce esta moderna Babilonia, alejada de cualquier entendimiento humano.
La heterodoxia evangélica planea sobre gran parte del corpus plástico y literario norteamericano. No resulta insólito, por tanto, establecer una sincronía poética entre Federico y su alter ego, Cristo, cuando buscan el mismo objetivo sacrificial al ofrecerse «a ser devorados»; un quebrantado trasunto eucarístico que lo aleja de cualquier intención beatífica, abocándolo, más bien, a un Anticristo de remembranzas nietzscheanas.
Sobresalen también una serie de dibujos femeninos surgidos del tamiz vanguardista neoyorquino; imágenes portadoras de un violento expresionismo erigidas en auténticas proyecciones plásticas de las obras redactadas en esta ciudad, especialmente el guion cinematográfico Viaje a la luna. En contraposición con la idea figurada en las estereotipadas y compungidas muchachas que componen sus primeros dibujos, el granadino creará un mundo rebosante de tragedia y sádico erotismo que romperá la representación tradicional de la mujer para exhibirla con exacerbada virulencia. La sexualidad hiriente, el martirio, el desmembramiento o el cuerpo grotesco se aúnan para componer algunos de sus grafismos más patéticos y elocuentes