Fascismo tardocapitalista
Tras cuatro décadas de acumulación vacilante y la amenaza inminente de una catástrofe ecológica, las instituciones de la democracia liberal están tan vaciadas que sólo las guerras culturales y la
xenofobia parecen capaces de crear alguna apariencia de democracia. En estas circunstancias, es fundamental que la izquierda no se contente con luchar contra los nuevos partidos fascistas y se
desvíe hacia luchas defensivas contra la extrema derecha. En lugar de ello, la izquierda tiene que articular un proyecto anticapitalista radical que una a los subalternos en un rechazo del capitalismo
y de sus formas de dominación, aunque esto signifique abandonar las democracias nacionales establecidas y su política de partidos.
Por tanto, el antifascismo tiene que ser radical en el sentido de ir a las raíces del problema: el verdadero antifascismo significa incrustar la oposición a los partidos fascistas y a la fascistización de
la sociedad en un proyecto que contemple una ruptura radical con el actual orden de cosas, es decir, una sociedad capitalista en crisis. La tarea consiste en eliminar las condiciones en las que surge
el fascismo. El antifascismo en el siglo XXI va más allá de la mera oposición a los fascistas en nuestras calles: se trata de imaginar y construir un proyecto anticapitalista que reúna a la clase trabajadora
y a los marginados del sistema en su oposición a la supuesta ¡nevitabilidad de la dominación capitalista.
Esta es la inquietante tesis desarrollada por Mikkel Bolt Rasmussen, quien sostiene que el capitalismo tardío ha producido subjetividades huecas e intercambiables que proporcionan el marco perfecto
para un nuevo tipo de fascismo nebuloso y banal. Retomando el análisis de Walter Benjamín sobre el fascismo alemán como estetización de la política, el autor desarrolla el concepto de fascismo
tardocapitalista para el que la estética desempeña un papel importante. En la actualidad, el fascismo no es principalmente una fuerza política, sino un fenómeno cultural que circula como lenguaje,
emblemas y objetos. Debido a su historia, el fascismo no se atreve a nombrarse a sí mismo como tal, pero el fascismo se está convirtiendo rápidamente en parte de la vida cotidiana en una serie de países
como Hungría, Italia y Estados Unidos, pero también Francia y Dinamarca, donde la amenaza del fascismo se utiliza como pretexto para imponer medidas fascistas, especialmente en relación con la
s políticas de inmigración y asilo.