La que me se vaya a mí…!!
Yo no he tenido siempre esa foto. Me la hizo llegar una hermana mía, la que tengo a la izquierda inmediata, hace poco tiempo. Lo primero que me sugirió al verla fue: «El maravilloso prodigio de la memoria». ¿Cómo es posible que casi setenta años después pueda recordar yo tantos detalles de ese momento? La memoria es más que una magia.
Recuerdo la sensación que tuve cuando el fotógrafo nos dijo: «¡No se muevan!». Yo ya intuía que aquel instante era trascendente. Lo primero que hice fue levantar y mostrar mi brazo izquierdo porque lo único que yo quería era que apareciese en la foto el fabuloso reloj de plexiglás que me había traído mi madre nada menos que desde Barcelona.
Con esa edad ya entendía que aquel señor que llevaba colgadas del cuello unas fundas de cuero y una especie de lámpara para su cámara era un profesional que vivía de aquello. Y que lo que hacía era perdurable. Ahora cuando me visitan los nietos de edades parecidas, siempre advierto a mis hijos: «¡Cuidado con lo que hacéis y qué ejemplo dais a estos gamusinos!». Porque pueden registrar los detalles más insignificantes y almacenar recuerdos que les durarán toda la vida.