Germen y Catástrofe once paisajes
Se trata de escribir acerca de un arte posible de la tierra, de una tierra, que, en cuanto tal, resiste a la colonización incansable de los mundos. Se trata exponer cómo hacerse en un paisaje. O de deshacerse en parte también en él. De hacerse en un país donde encontrarse para perderse. Un paisaje como un espacio de tierra tomado desde una cierta esquina. O rincón. O ángulo. Esquinado, arrinconado, angulado. Once paisajes. Allí donde la liebre del fin renovado del mundo de Rimbaud coincide con la liebre siempre joven de Durero, recién pintada. Allí donde la voz asmática de Deleuze nos habla del germen que toda catástrofe contiene en los paisajes y cartas de Cezanne. O perseguir, junto a Didi Huberman, la estrategia de la casa quemada en Rilke, y Bataille, en Tarkovsky, en el justo retorno de las cenizas en la obra de Parmiggiani. Y escuchar el silencio del lugar de Pompeya a Hiroshima, acompañando a Bataille o Baudrillard, a Rosellini o Suwa. Un espacio soplado de arena, de nieve, de niebla, de polen, de polvo…en Manet o en Monet, en Flaubert… Se trata de alcanzar a tocar por un momento la tierra que preexiste y subsiste a todo acaecer de mundo, esa tierra que solo se da a ver al través de los mundos, en el momento concreto de su desaparición. Un arrinconamiento, pues, un dar esquinazo al mundo para mirarlo por detrás, delimitado por algo de naturaleza o de cultura, o allí donde la naturaleza deviene cultura, o donde la cultura deviene naturaleza.
