Sobre la vejez Sobre la amistad
Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.) fue, probablemente, la cabeza más brillante y completa del mundo romano republicano.
En estos dos breves tratados, el gran maestro de la retórica nos lleva a reflexionar con una cercanía asombrosa sobre algunos
temas que nos vienen preocupando durante milenios: la entrada en la etapa más avanzada de la vida y cómo navegar las tribulaciones
de la amistad, especialmente cuando se pierde a un amigo querido. Tras su lectura no nos quedará más remedio que admitir
que la amistad es el mayor regalo que el ser humano ha recibido -solo por detrás de la sabiduría- y que, si bien la vejez está alejada
de banquetes, grandes mesas y copas abundantes, también está, por lo tanto, libre de resaca y malas digestiones; o, lo que es lo mismo,
que hay muchas más razones para disfrutar la vejez que para temerla. Versión e introducción de Esperanza Torrego
CICERÓN
Sobre la vejez Sobre la amistad
Laelius, sive De amicitia, «Lelio, o Sobre la amistad» diserta sobre este tema afirmando que la única amistad posible
es entre iguales y pondera la importancia de la misma para la felicidad humana, elevando su principio a lo más digno de la naturaleza humana.
En el diálogo, Cato maior, sive De senectute (Catón el Viejo, o Sobre la vejez), manifiesta los beneficios que proporciona
una vejez sana y las ventajas que reporta en experiencia y sabiduría.
Conocido es también De officiis (Sobre las obligaciones), obra que consta de tres libros, escritos en género epistolar.
Estaban dirigidos a un «tú», que era su hijo Marco. El último libro es el más original y contiene un serio ataque contra
los gobiernos dictatoriales; fue escrito cuando se hallaba huido de la persecución de Marco Antonio, poco antes de su muerte.
Como jurista Cicerón fue el mayor y más influyente de los abogados romanos de su época, usando de sus aptitudes en retórica
y oratoria para sentar numerosos precedentes que fueron largamente usados. Como escritor, aportó al latín un léxico abstracto
del que carecía, transvasó y tradujo numerosos términos del griego y contribuyó al idioma latín, transformándolo definitivamente
en una lengua culta, apta para la expresión del pensamiento más profundo. Escribió numerosos Discursos, a veces agrupados por
ciclos temáticos (las cuatro Catilinarias, las Verrinas, las catorce Filípicas contra Marco Antonio…) y bastantes tratados sobre
Retórica y Oratoria, como el De oratore.
En el siglo iv de nuestra era, la lectura del Hortensius de Cicerón (obra actualmente perdida) despertó en la mente
de San Agustín el espíritu de especulación. Durante el Renacimiento Cicerón fue uno de los modelos de la prosa y se leyeron
ávidamente sus cuatro colecciones de cartas, conservadas y editadas por su secretario personal Tirón
(al que se atribuye el perfeccionamiento de la taquigrafía), entre las cuales destacan las Epistulae ad familiares
(Cartas a los familiares), donde se perciben sus veleidades políticas, sus gustos filosóficos y literarios, y la vida cotidiana
de su casa y de la Roma de su tiempo, además de sus íntimas contradicciones.
Casi toda su obra manifiesta una gran preocupación sobre cuál debe ser la formación del orador, que estima que ha de ser integral y emprenderse desde la cuna, en lo que tuvo por mayor seguidor en fechas muy posteriores a Marco Fabio Quintiliano.
Como moralista, defendió la existencia de una comunidad humana universal más allá de las diferencias étnicas y la supremacía del derecho natural en su obra maestra, el De officiis o «Sobre las obligaciones» y se manifestó contra la crueldad y la tortura.
Como filósofo no le satisfizo ninguna escuela griega y prefirió adoptar el pensamiento del eclecticismo, tomando lo mejor de unos y de otros. Contrario al escepticismo radical, sostenía la necesidad de conceptos innatos e inmutables necesarios para la cohesión social y los vínculos relacionales de los individuos. Sus ideas sobre religión, expresadas en De natura deorum, (Sobre la naturaleza de los dioses), revelan sus creencias y su apoyo al libre albedrío. Casi todos sus trabajos filosóficos deben mucho a fuentes griegas, que trata con familiaridad y enriquece con su propio juicio; fue, pues, un gran divulgador y preservador de la filosofía helénica.
En política fue un republicano convencido, absolutamente enemigo de la tiranía, y se le deben obras dialogadas como el De re publica y De legibus («Sobre la república» y «Sobre las leyes»). Compuso además un tratado De gloria que no se ha conservado y cuyo rastro se pierde en las manos del humanista Francesco Petrarca, que alcanzó a leerlo en la Edad Media.